“Elogio de la cordura: el peso vale en el negocio inmobiliario”
Fuente: Juan Pablo Cmet-GALP Inversiones SRL
Allá por el 1500 el buen Erasmo de Rotterdam presentaba su célebre ensayo “Elogio de la locura”, en el cual criticaba ácidamente la supuesta racionalidad teórica que gobernaba su época. Cabe preguntarse qué escribiría el pensador holandés en esta coyuntura puntual de la economía argentina, donde al parecer la irracionalidad ha ido creciendo en espiral hasta dominar con sus códigos incomprensibles buena parte de las decisiones cotidianas tanto del sector público como del privado.
Es que este dólar informal a un valor superior al del Euro y aumentando, sostenido por una horda de gente que lo compra diariamente a ese precio, y por un gobierno que parece pretender apagar el fuego con nafta; mientras todo el resto de la economía se enfría y la inflación sigue subiendo, configuran un escenario que por carente de racionalidad se resiste a un análisis predictivo serio: en otras palabras, cuando la motivación de las acciones humanas está dada por la “locura”, es imposible prever con precisión la deriva de la situación.
Es por esa razón, y por aquello de que “el miedo no es sonzo”, que el sector inmobiliario (que venía desarrollándose con moderada salud continuada, incluso a pesar del 2008) se ha convertido en otra de las víctimas de la desaceleración de la economía. Los inversores y compradores no saben si ganan o pierden comprando, y los desarrollistas no saben si ganan o pierden vendiendo. Y en esa indecisión se inician interminables cantidades de negociaciones que concluyen en nada. Pero lo cierto es que en esa indefinición en la que unos pocos ganan, la mayoría pierde; o bien, deja de ganar oportunidades, lo cual es más o menos lo mismo.
Por nuestra parte, insistimos en que el miedo no es buena estrategia a largo plazo. Y si intentamos un análisis de esta confusa situación, surgen a las claras dos grandes perdedores que aliados pueden transformar la desgracia en victoria: nos referimos a los inversores o compradores que tienen pesos, y a los constructores que por especular al ritmo del dólar no concretan operaciones.
En relación a los primeros, es sabido que cada peso en la mano indecisa vale un 2% menos por mes de inflación. Y que la pérdida es mucho mayor hoy en relación a los bienes en los que incide el dólar como fijador del precio (como los inmuebles). Por eso mismo, quien tiene hoy una suma significativa de pesos en la mano no puede hacer otra cosa mejor que fijar su posición adquiriendo inmuebles. Podrá decirse sin embargo que el peso no es valorado en el mercado, y que la oferta sólo se expresa en dólares o en su cotización informal. Pero aquí es donde debe aparecer la otra pata de este análisis: el constructor al cual le servía hace un mes una venta de contado en pesos a 4,70 o 4,80 en rigor no necesita hacerla hoy a un precio un 25% mayor, a menos que ya tenga absolutamente calzados sus costos. Lo cual es poco probable si se trata de unidades en construcción.
Así vista esta situación, lejos de enfriar la actividad desarrollista, debería motorizarla. No creemos que a la larga se “des-dolarice” el mercado con estas medidas, ya que ello responde a motivos culturales y de historia económica en Argentina más profundos. Pero en lo inmediato, haciendo primar la cordura sobre la locura, se abre claramente una posibilidad para que el tenedor de pesos haga un excelente negocio con los desarrollistas que cedan en la pura especulación, y aproveche el valor real que sí tiene el peso para motorizar el giro de su actividad.